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Alberto Barajas:El
hacedor de sueños.
Por:Javier
Bracho y Luis Montejano
-Entonces
qué, Carlos:¿nos dedicamos a las matemáticas?
El
joven estudiante debió haber detenido su ascenso por la escalinata
del Palacio de Minería. Debió haber bombardeado a su compañero
con esas chispas de luz que su sonrisa pícara hacían brotar
por los ojos, y entre el estruendo legendario de sus carcajadas, respondió:
-Pues
órale, Alberto: ¡nos dedicamos a las matemáticas!
La
pregunta no era trivial, y la respuesta afirmativa carecía de significado.
Alberto Barajas y Carlos Graef desafiaban a sus familias, a sus maestros,
a sus amigos, a su sociedad y a su Universidad; pero sobre todo: se desafiaban
a sí mismos. Tomaron la decisión de abandonar la carrera
de ingeniería para dedicarse por completo a lo que les apasionaba.
No había precedentes. Era una locura. Una insensatez genial, de
esas que sólo germinan con la inexperiencia de la juventud. Corría
el año de 1930 y "dedicarse" a la ciencia era algo aún
por inventar en este país. Su gran influencia había sido
Sotero Prieto, maestro de matemáticas (quien moriría trágicamente
al poco tiempo). No existían las carreras de matemático
ni de Físico, pero ellos asumieron que no eran, y que no serían,
ingenieros. Serían científicos.
"Quién
iba a pensar en aquel momento" - comenta ahora el Doctor Barajas
al relatar la escena de la escalera- "que apenas quince años
después estaría yo discutiendo sobre mi investigación
con el mismísimo Einstein en su cubículo de Princeton".
Efectivamente, ya para entonces Barajas había piblicado sus primeros
trabajos sobre gravitación, impulsado y asesorado por Birkhoff.
Pero además ya para entonces se habían fundado la Facultad
de Ciencias y los Institutos de Física y Metemáticas en
la UNAM. Ya se podía ser científico en México, y
de hecho ya se era, aunque aún en condiciones muy precarias; dichos
"Institutos" y dicha "Facultad" vivían arrumbados
en locales diminutos y prestados.
Y
quién iba a pensar, habría que añadir, que apenas
diez años después de esa entrevista en Princeton, se concluía
la construcción de una gran Torre y una señora Facultad
dedicada a las Ciencias. A mediados de los cincuenta se construyó
la Ciudad Universitaria, y Alberto Barajas Celis jugó un papel
protagónico en esa empresa. Lo tildaban de loco y soñador
cuando hablaba de las necesidades futuras de las Ciencias. Pero luchó
y convenció a los escépticos. Intervino en el diseño
de las aulas, de los cubículos para investigadores, de los espacios
públicos, de la integración arquitectónica, espacial
y orgánica de las diversas instituciones, y en todo esto, además
de su optimismo irrefrenable, demostró su generosidad y su visión
de futuro. Pues quién hubiera imaginado que apenas veinte años
más tarde aquellas instalaciones estarían saturadas.
Si
alguien pudo imaginar el nacimiento y los cambios vertiginosos de la Ciencia
en México, fue Barajas. Alberto Barajas es el arquitecto que fue
soñando, paso a paso, la construcción del edificio institucional
donde se desarrolla ahora la ciencia en la UNAM, y por ende, en gran medida,
en México. Obviamente nunca estuvo solo ni fue el único,
pero supo encarnar y darle forma a los sueños de varias generasiones,
como Director de la Facultad de Ciencias, como Coordinador de la Investigación
Científica, como miembro de la Junta de Gobierno, como Presidente
del Consejo Consultivo de la Comisión Nacional de Energía
Nuclear, como participante en inumerables comisiones, grupos y comités
académicos, pero sobre todo, como maestro.
La
tradición de la transmisión oral de las matemáticas
tiene en el Maestro Barajas a su máximo exponente en México.
Sus clases han influenciado a todas las generaciones de matemáticos
mexicanos. Son un modelo de perfección y precisión. El gusto
por el quehacer matemático, el placer en el razonamiento justo,
la belleza de las ideas, la voluptuosidad de las palabras y la quimera
de la sabiduría, se aparecen para jugar y revolotear en cada una
de sus exposiciones. Barajas es la pieza clave en el aprecio que se le
da en México al arte de hacer (o recrear) matemáticas en
el pizarrón. Aprecio que llega al grado de que los matemáticos
mexicanos son reconocidos internacionalmente por la excelencia de sus
exposiciones.
La
brillantez, la claridad y la lucidez de Barajas en el salón de
clase se extiende a sus discursos públicos. En el arte ancestral
de la literatura oral es un fuera de serie. Maneja los tonos, los ritmos,
las imágenes, los enfasis, los matices, el humor y un algo más
que sólo él sabe, para generar esos momentos estrañisimos
y casi mágicos en que se establece una comunicación directa
y bidireccional entre un auditorio expresamente sensible y un orador que
imrpovisa con virtuosismo. Quen además ha tenido el privilegio
de conversar con él, sabe que la generosidad y la honestidad intelectual
que se manifiesta en cada una de sus obras y en cada una de sus palabras
viene de muy adentro, viene de un ser humano casi intemporal por estar
tan comprometido con su presente y por ser tan profundamente humano; da
la impresión de hallarse en línea abierta y directa con
el mismísimo Prometeo. |
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