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Escuchen
este teorema - Es falso, ¡pero es precioso!
R.
Michael Porter K.
Departamento de Matemáticas,CINVESTAV.
Justo
al momento cuando estaba terminando mi tesis de doctorado en Northwestern
University en 1978, escuché que Alberto Verjovsky venía
de México a impartir una conferencia. Aunque nuestras áreas
de especialidad no coincidían, la noticia era de importancia para
mí porque había solicitado un puesto en el Cinvestav, y
posiblemente ahora podría conseguir alguna información al
respecto. El apellido me hizo esperar ver (algo ilógicamente) a
una persona mayor de traje gris, movimientos lentos y metódicos
y fuerte acento ruso, pero me quedé fascinado por un espectáculo
de actividad, donde exclamaciones y gesticulaciones dominaban lo poco
que escribía sobre el pizarrón. Desde luego el traje faltaba
por completo, ni siquiera estaba claro si había intentado peinarse
o no ese día. Supuse que fue mi ignorancia del tema que expuso,
la causa de no haber captado gran cosa durante su conferencia ( aunque
sí había estudiado algo de sistemas dinámicos );
más tarde conocí mejor el estilo expositorio personal de
Alberto, en que el entusiasmo importa mucho más que un orden riguroso
de presentación de ideas. Aquí trazaré unos pincelazos
sobre mis primeros años en México, en que Alberto fue sin
duda el miembro del Departamento más influyente para mí
en cuanto a qué es un matemático y cómo trabaja.
Se me ha pedido escribir sobre "su trabajo y / o su personalidad".
Es un placer hacerlo. Consulté a varios compañeros, y todos
usaron la palabra entusiasmo: "Te contagia con su entusiasmo".
Uno de los comentarios espontáneos lo resume todo: "¿Alberto?
Su personalidad es su trabajo". Entre nuestros intereses comunes
estaba el tema de las peculiaridades de los idiomas (recuerdo que yo estaba
aprendiendo español, y agradecía que corrigieran mis faltas).
Pasamos muchas horas conversando de sutilezas de traducción, fonética,
ortografía, o lo que fuera (léase juegos de palabras, albures,
etc.). Descubrí que la "X" en el supuestamente fonético
alfabeto español, representaba cuatro fonemas distintos, y se le
hizo gracioso cuando en mi primera plática de matemáticas
aquí empecé a hablar, con toda inocencia, de dominios "simplemente
conejos".
Alberto
siempre era muy bueno para los trabalenguas, y nos regalaba "El Arzobispo
engargolador de Angola" con gran afán. Su talento para ver
el humos en los sucesos cotidianos, nos hacía a todos compartir
sus risa. Una vez cuando pidió al dependiente de una aerolínea
en Brasil un solo boleto, éste comenzó a multiplicar por
uno, con papel y lápiz, el precio del boleto dígito por
dígito (que por cierto eran bastantes en la devaluada moneda de
aquellos tiempos). Probablemente cualquiera hubiera encontrado chusco
el suceso, pero nadie podría contarlo como Alberto. Es que era
(y confío que todavía es) totalmente desinhibido, contaba
el chiste o anécdota primero, con actuaciones e imitaciones, y
después pensaba acaso si atinaba. Entonaba en los pasillos arias
napolitanas como "Aurora Bianca di Notte". A veces llevaba un
reloj con alarma que tocaba "La cucaracha" para avisarle cuando
se acababa el tiempo de su plática. No hacía falta más
que mencionar SO(3) para que se quitara el cinturón y doblándolo
en el aire demostrara que su grupo fundamental es igual a Z2. Por cierto,
cuando llegué a México no sabía de Cantinflas, y
al ver una de sus películas por primera vez, me pareció
una imitación nada mala del estilo de Alberto. Así como
varios miembros del Departamento, Alberto fumaba con intensidad, y parecía
que todos intentaban cumplir con la normativa de Erdös de "convertir
café en teoremas". Probablemente era el mejor ajedrecista
del Departamento. (Algunos recuerdan que también jugaban Go, posiblemente
antes de mis tiempos). Había partidos casi todas las tardes. Arengaba
el pobre que le tacaba mover, "estás en problemas, no estás
en problemas, que tengas miedo, que no lo tengas". Ese ajedrez era
gran deporte de espectadores; yo no jugaba mucho, y durante años
me impresionaba cómo siempre encontraban posiciones tan complicadas
e interesantes, hasta que un día me di cuenta que cada vez que
alguien cometía algún error común, le hacían
regresar la jugada y tirar mejor. No faltaban ocasiones en que le juego
se abandonaba de repente a favor de alguna inspiración matemática
cuya resolución ya no podía esperar. Alberto siempre se
interesaba en una enorme gama de temas. Trabajaba en foliaciones, flujos
de Anosov, invariantes topológicos, fibraciones, acciones de grupos
discretos en todo tipo de espacios, espacios de Teichmüler y después
en dinámica cuaterniónica, conjuntos de Julia y fractales.
Todos lo recordamos como "cultísimo" matemáticamente,
podía hablar con matemáticos de cualquier especialidad,
y dar y recibir algo. Más allá de esto: "generoso con
sus matemáticas", escuchaba a cualquiera y lo ayudaba en todo
lo posible. Andaba a la brega con los problemas más desafiantes,
no se amedrentaba ante conjeturas que se habían burlado de los
mejores matemáticos durante siglos. En épocas trabajaba
de noche en su casa y llegaba al Departamento después de mediodía.
Llevaba
correspondencia con los más destacados matemáticos del mundo.
Tenía sus suscripciones personales a algunas de las revistas de
matemáticas más importantes, no importaba que también
las tuviera la biblioteca. Poco después de mi llegada al Cinvestav,
llevamos durante un par de años un seminario sobre el trabajo de
Thurston en geometría hiperbólica. Para mí el tema
era interesante en sí, mientras Alberto lo veía como escalón
para cosas más grandes. Escribió un texto sobre ese material
para la VI ELAM, y de alguna manera me persuadió que hiciera las
ilustraciones. Le obsesionaba la conjetura de Poincaré. Durante
varios años no pasaba día en que no escuchara el haz de
Hopf y de las fibraciones de Seifert. Cuentan unos compañeros que,
regresando al Departamento después de comer, encontraron a Alberto,
que acababa de llegar de su casa, "Oigan, les quiero decir algo,
pero no se lo digan a nadie. Llevo mes y medio que casi no duermo porque
creo que tengo una demostración de la Hipótesis de Riemann..."
Prueba de su valentía, es que fue hasta Nueva York para encontrar
a un especialista que, al final, pudo encontrar el error en su argumento
(aunque su idea tenía suficiente originalidad para justificar una
publicación). Si he dado hasta aquí la impresión
de un tipo bohemio, matemático de huso colorado, distraído,
consecuentemente con poco interés o paciencia por detalles mundanos
ni mucho menos por la burocracia académica, entonces he logrado
comunicar algo de mis impresiones de Alberto en esos años en el
Cinvestav. Era imposible visualizar a Alberto de traje, siguiendo horarios
de oficina o haciendo trámites administrativos. Todo esto para
dar alguna idea de la medida de mi asombro, cuando me dijo que iba a dejar
el Departamento de Matemáticas para convertirse en funcionario
del Internacional Center for Theoretical Physics en Trieste, Italia. ¡Pensé
que era otro de sus chistes! Empezó a coordinar con ahínco
las reuniones que se celebraban, una tras otra, todo el año (a
veces más de una simultáneamente). Aunque seguramente Alberto
sacó muchísimo provecho del contacto con los participantes
que llegaban a Trieste de todas partes, está obvio que en muchos
aspectos ese trabajo, ese servicio que entregaba al mundo matemático,
tuvo que ser un enorme sacrificio personal por requerir una disciplina
tan contraria a su naturaleza libre. Su dedicación al arte fue
tan grande y profunda que se echó ese paquete por varios años.
Me quito el sombrero. (Afortunadamente no afectó su sentido del
humor. Recuerdo especialmente el del italiano, cargando una pesada sandía
sobre los hombros, al que le preguntan por algún camino. Con gran
dificultad -tienen que imaginarlo actuado por Alberto -baja su fatigosa
carga al suelo, se incorpora, mira directamente a sus interrogantes y
responde encogiendo los hombros.)
Carta
Informativa S.M.M
Enero
2003
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