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Por: José
Yurrieta Valdés.
Sotero
Prieto Rodríguez nació en Guadalajara, Jal., el 25 de Diciembre
de 1884. Era hijo del Ing. en Minas y profesor de matemáticas Raúl
Prieto González Bango y de doña Teresa Rodríguez
de Prieto. Fué sobrino de Isabel Prieto de Landázuri, distinguida
poetisa, considerada como la primera romántica mexicana. En la
primeramente mencionada capital jalisciense y en Real de Monte, Hidalgo,
cursó sus estudios elementales. En 1897, a los trece años,
llegó a la Ciudad de México e inició sus estudios
de preparatoria en el Instituto Colón de don Toribio Soto, Habiéndolos
terminado en la Escuela Nacional Preparatoria en 1901. En 1902 ingresó
como alumno en la Escuela Nacional de Ingenieros en donde cursó
la carrera de ingeniería civil la que terminó en 1906, sin
que nunca llegase a recibir el título correspondiente.
Siendo
todavía muy joven se inició en la cátedra y realizó
estudios especiales de matemáticas superiores, en las que llegó
pronto a ser considerado notable autoridad. Como profesor de la Escuela
Nacional Preparatoria y en la Escuela Nacional de Ingenieros, más
tarde integradas a la naciente Univesidad de México, influyó
notablemente en la modificación y el progreso de las investigaciones
matemáticas, así como en la formación de las -entonces-
nuevas generaciones de ingenieros y de estudiantes de ciencias exactas,
puesto que impartió sus cátedras universitarias durante
poco más de un cuarto de siglo.
Más
tarde, en 1932, fundó la Sección de Matemáticas de
la Sociedad Científica "Antonio Alzate" -actual Academia
Nacional de Ciencias de México- dela que, incluso llegó
a ser su dirigente. Destacó también Sotero Prieto, quizás
debido a la influencia de su tía, por sus profundos conocimientos
de la lengua española, los que le ayudaron a imponer en la enseñanza
científica una gran claridad conceptual y una profunda y correcta
forma de expresión. Se distinguió asimismo como autor de
diversos estudios y trabajos sobre matemáticas.
Sotero
Prieto era invitado al Instituto Científico y Literario de Toluca
para aplicar exámenes a los candidatos a maestros de matemáticas
y publicó los opúsculos: Esdeñanza de las Matemáticas,
Convergencia de Series, Geometría Cinemática, Secciones
Cónicas y otros ensayos más.
Según
algunos de sus amigos más llegados, se decía que don Sotero
Prieto había esternado juicio de que si al pasar de los cincuenta
años de edad aún no había logrado realizar algún
gran descubrimiento en su especialidad, entonces procedería a cometer
suicidio, cosa que nadie le tomaba en serio. Sin embargo, al medio día
del miércoles 22 de mayo de 1935, en la casa número 2 de
la calle de Génova, cuando se encontraba solo, cumplió trágicamente
la promesa que a sí sismo se había hecho. En esta forma
terminó una de las vidas más intensas y más profundamente
realizadas, puesta desde temprano al servicio de la precisa ciencia de
las matemáticas. (1)
Eran
aquellos, entre 1933 y 1936, los años de consolidación de
las instituciones de enseñanza superior. Años en los que,
a pesar de sus penurias económicas, la Universidad Nacional Autónoma
de México vivía una etapa de gran esplendor académico.
En ella destacaba, por su gran quehacer multifacético, don Antonio
Casa, el extraordinario catedrático y pensador que, a pesar de
su innegable y benéfica influencia, no logró impedir que
la juventud estudiosa de la época colocara a las ciencias matemáticas
muy por arriba de las disciplinas sociales y filosóficas.
Además,
esos mismos conocimientos exactos, en los tiempos del renacer cultural
propiciado poco antes por José Vasconcelos desde la Secretaría
de Educación Pública, se convertían
en uno de los campos de mayor atractivo e interés para los aspirantes,
a pesar de su indiscutida dificultad, porque representaban, en esa época,
mejor que ninguna otra corriente del pensamiento, el superior papel de
haber llegado a ser ya un signo de los tiempos.
En
aquel entonces destacaba, en las áreas matemáticas y físicas,
un laureado profesor de temperamento enérgico de gran estatura
corporal y de expresión afable y a veces tajante, envuelta en suave
voz que traducía una profunda dignidad; de rostro largo y adusto,
adornado con bigote rebelde y algo alborotado, de vestir modesto y no
muy sobrio, de mirada profunda, viva y cálida, medio escondida
tras unos anteojos de montura fina y de cristales gruesos, que acusaban
la presencia de la miopía ya desarrollada. Este distinguido preceptor
era, precisamente, don Sotero Prieto Rodríguez. Conocido de casi
todos en la universidad, tanto de sus fieles y devotos discípulos
como de muchos otros que no tuvieron el privilegio de sistir a sus excepcionales
cátedras, se había ganado en las aulas de la Escuela Nacional
Preparatoria y de la Escuela Nacional de Ingenieros, en las demás
facultades y escuelas profesionales, en los institutos y nuevas dependencias
de la casa de estudios, el reverenciado título de maestro.
Si
Erasmo Castellanos Quinto exponía sus clases de literatura con
extraordinaria claridad, y Antonio Caso disertara maravillosamente en
sus cátedras de filosofía y de sociología; Sotero
Prieto enseñaba matemáticas con inmejorable precisión
y con sencilla claridad, pudiendo así formar estudiantes y discípulos,
más tarde profesores a su vez, que a través del tiempo llegaron
a destacar con mayor brillo y lucidez que los propios del maestro; entre
ellos se encuentran Alfonso Nápoles Gándara, Manuel Sandoval
Vallarta, Vicente Guerrero y Gama, Enrique Rivero Borrel, Nabor Carrillo
Flores, Javier Barros Sierra, Alberto Barajas, Roberto Vásquez,
Efrén Fierro, Carlos Graeff Fernández, Jorge Quijano, Manuel
López Aguado y muchos más que, de una u otra forma, recibieron
el caudal estrepitoso de sus enseñanzas sabias, e integraron el
que podríamos llamar "Grupo de don Sotero".
En
la Ecuela Nacional Preparatoria y, sobre todo, en la Escuela Nacional
de Ingenieros- Sotero Prieto Rodríguez fue el reformador de los
sistemas de enseñanza en las ciencias exactas y, por lo mismo,
el instaurador de la nueva educación tecnológica. En aquella
época en la que José Vasconcelos daba por terminada la corriente
positivista y declaraba superada la tesis de los Tres Estados de Augusto
Comte, sosteniendo que:
"...
el último estado de influencia que se señala como propio
de los filósofos, en México corresponde plenamente a los
constructores. Es la hora de los ingenieros." (2)
Y
este gran grito vasconceliano aún resuena en todos los rincones
de nuestra patria.
Del
mismo modo en que los integrantes del Ateneo de la Juventud dieron comienzo
a la gran revolución intelectual, reconociendo las indiscutibles
aportaciones de Gabino Barreda y de Porfirio Parra, los científicos
y los ingenieros de Sotero Prieto consolidaron la certidumbre de que el
conocimiento del pensamiento antiguo puede conducir al descubrimiento
de principios basados en la experiencia, mediante la repetición
de feómenos similares en los tiempos actuales, experimentación
que es prácticamente la misma, aunque con ciertas diferencias menores,
debibas al cambio insoslayable que acurre sobre todo lo que existe.
Sotero
Prieto sostenía, con toda lucidez, que las ciencias matemáticas
y físicas son fundamentales en cualquier ingeniería. Consecuentemente,
la formación de ingenieros capaces exige de estudios rigurosamente
disciplinados en aquellas áreas, aunque no sean los únicos;
ya que, para ser buen profesional en dicha actividad tecnológica
multimodal, es indispensable conocer también la geología
y la quimíca, la biología y la ecología, la administración
y la economía, puesto que no es posible actuar a espaldas de esa
realidad escueta expresada por la relación costo-benefício.
Por eso se deben conocer y estudiar las tesis de Galileo y Kepler, commo
arranque de la moderna, cuando la física y sobre todo la mecánica,
se transforman en disciplinas de un acusado carácter operacional
el ancho camino del racionalismo, el cual desemboca en la gran revolución
científica del presente.
Consecuentemente
nos encontramos que, como dice Antonio Armendáriz, uno de los discípulos
del maestro Prieto:
"En
todo esta presente la enseñanza sobria, escueta y disciplinada
de don Sotero Prieto, en cuyo honor no pocos nos empeñamos a bautizar
con su nombre la antigua calle de La Condesa, a un lado del vetusto Palacio
de Monería, vieja sede de la Escuela Nacional de Ingenieros, por
cuyas aceras paseaban el gran matemático mexicano todas las mañanas,
antes de impartir sus conocimientos de reciedumbre metálica a la
juventud. Pero la visión angosta de unas autoridades de pacotilla
atajó en seco la solicitud que, hecho curioso, las habría
honrado, como también a la profesión a la que debe México
su transformación en los últimos cincuenta años;
porque los ingenieros, de multitud de especialidades, se reparten por
todo el territorio de nuestra Patria." (3)
Sotero
Prieto fue, por completo, ajeno a la publicidad, y además, enemigo
de las frases de relumbrón. Vivió modestamente y con extraña
inconformidad, una vida de gran sacrifício y de orgulloso silencio,
siempre entregado al estudio abstracto y a la investigación, a
los que dedicaba sus mejores horas. Jamás trató de obtener
los discutibles favores de los poderosos ni, menos aún, se limpío
el rostro con le aliño de la ingratitud. De sus discípulos
solamente exigía el aprovechamiento amplio y el trabajo arduo desarrollado
con absoluta dignidad, y nunca pretendió alcanzar su econocimiento
ni su fidelidad absurda.
Al
estilo de los viejos maestros medievales, quienes al cambiar de sitios
sus enseñanzas eran siempre seguidos por sus más sobresalientes
alumnos, Sotero Prieto logró inculcar en los suyos aquel espíritu
de seguimiento, sólo que ya no en pos de sus huellas materiales,
sino tras de las improntas de su pensamiento, siempre en búsqueda
insatisfecha de nuevos conocimientos y con ansias plenas de mejores formas
de realización. A causa de ello abandonó este mundo por
su propia voluntad, sin deberle nada a nadie, aunque en cambio, con justicia,
muchos a él de debieran demasiado.
(1).
La versión de que el maestro Prieto se suicidó en unos de
los salones de clases del viejo Palacio de Minería no es correcta
(ver el periódico Excelsior del 23 de mayo de 1935, segunda sección
1» y 8» páginas).
(2).
vasconcelos, José.- La Raza Cósmica.- Editorial Botas, S.A.,
México, 1926. p. 156.
(3).
Armendáriz, Antonio. - Hermandad Pitagórica. Periódico
Novedades, México, marzo 21 de 1987, P. Editorial. |
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